Jose Álvarez Icaza Manero, o del catolicismo radical

Hace medio siglo fue el pionero en la promoción de los derechos humanos en México, cuando aún no se les conocía de esa manera, con una labor sólida, constante, producto de sus convicciones y que lo llevaron a cruzar el siglo sin dejar de creer en las personas y en la necesidad de apoyarlas.

Se trata de Jose Álvarez Icaza Manero un católico nacido en 1919, que logró combinar su militancia en la izquierda y sus creencias religiosas sin mella para ninguna de las dos.

Padre de 14 hijos, a mediados de los años sesenta fundó el Centro Nacional de Comunicación Social, una organización que inicialmente funcionaba como órgano de comunicación del Episcopado mexicano, pero que a partir del 68 tomó un rumbo de ruptura con el poder y de una práctica cristiana de solidaridad sin concesiones.

Don José Álvarez Icaza estudió ingeniería en la Universidad Nacional y fundó una familia numerosa entre cuyos hijos se cuenta Emilio Alvarez Icaza, el ex ombudsman capitalino quien solía decir que él y Pepe, como le decía a su padre, eran parientes lejanos... sí, parientes lejanos, porque fue el doceavo de los hijos.

Y sin embargo, Emilio acabó trabajado en la misma senda que su padre.

En junio de 1964, don José y su esposa, Luz Longoria y Gama, utilizaron la casa que recibieron en herencia de la calle de Medellín, en la colonia Roma, para fundar el Centro Nacional de Comunicación Social, que vendría a ser tan importante como sus hijos.

En aquellos años, don José Álvarez Icaza y Manero era tan católico que fundó el
Movimiento Familiar Cristiano y fue representante laico en el Concilio Vaticano II, donde convivió con el obispo de Cracovia, Karol Wojtila antes de que se convirtiera en Papa.

Ya tenía, sin embargo, la semilla de la rebelión ante la injusticia sembrada, y por eso fue que sus buenas relaciones con el Episcopado y con otros grupos sociales se rompieron tras e¿la represión de 1968 y la pasividad de la mayor parte de la Iglesia católica.

Él y su esposa dejaron el movimiento cristiano y enfilaron Cencos hacia lo que es hoy, un organismo defensor de los derechos de los oprimidos sin importar su procedencia social. Eso los llevo incluso a defender a quienes eligieron la vía de las armas para rebelarse contra el Estado en los años setenta.

A eso le siguió la militancia en la izquierda, primero como amigo y colaborador de otro ingeniero, Heberto Castillo, que lo impulsó a convertirse en secretario de organización del Partido Mexicano de los Trabajadores. Después vinieron otros movimientos, incluido el que gestó al PRD, mientras continuaba con su labor en Cencos.

Ante las discusiones de asamblea propias de la izquierda, Don Pepe aseguraba tener un don divino: “en cuanto empiezo a oír pendejadas, me da un sueño terrible”.

José, o Pepé, para los cercanos, predicaba el sermón de Jesús en la Montaña para justificar su trabajo en apoyo de miles de causas nobles y su búsqueda de eco en el extranjero.

Su fin era utilizar la comunicación para hacer visibles las iniciativas ciudadanas, su práctica era defender la libertad de expresión cuando esta era perseguida, su lucha por el acceso a la información, pionera en muchos sentidos, y por conseguir ofrecer a quienes les hiciera falta una estrategia de comunicación desde lo social.

Don Pepe murió el viernes pasado, en calma, después de vivir un periodo de deterioro físico pero inquebrantable por dentro. Se fue sin pendientes, sin odios,

Descanse en paz y ojalá que abunden pronto los Josés, los Cencos y, sobre todo, aquellos capaces de seguir sus principios con la fortaleza con que lo vimos ejercerla.

Hasta la próxima

Radiografías para el lunes 29 de noviembre
por Héctor Zamarrón

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